Podría seguir escribiendo sobre el Rey Felipe VI, ya que en los últimos días no han parado de darnos titulares y noticias: primera vez que recibe a miembros de colectivos de LGTB, primera foto, primer discurso, primera vez que entrega los Premios Príncipe de Viana siendo Rey, etc. Pero será mejor cambiar de tema, porque seguro que en los próximos días o semanas tendremos que escribir de él, o de Letizia, debido a que es el Jefe del Estado.
Hoy voy a hablar de algo cotidiano, pero que por repetitivo hay muchas veces que no nos damos cuenta, de la clase de las personas. Según los economistas, antropólogos, estadísticos y otras profesiones la clase se determina por variables como el dinero, la zona donde vives, el nivel de estudios, etc. Pero según el protocolo “la clase” no tiene nada que ver con números sino con comportamientos.
Voy a explicar lo que es una persona con “charme”, como dicen los franceses, muy clasistas y narcisistas ellos, pero que define a la perfección lo que quiero explicar; y lo hago con una palabra en francés porque el idioma del protocolo siempre ha sido el francés. Su pronunciación, su toque elegante, le hacen diferenciarse del inglés tan de la calle, del chino de moda sólo ahora, o del español que es complicado de aprender y no queda tan fino.
Una autoridad o nosotros en nuestro día a día cumplimos diferentes papeles o roles; somos hijos, hermanos, nietos, padres, profesionales, amigos, enemigos, aficionados, seguidores, y un sinfín de cosas más. Pero para desempeñar ese rol necesitamos una ubicación exacta, una forma de vestir y una forma de comportarnos adecuadamente.
Una persona con “charme” es aquella que tiene una naturalidad innata, que irradia empatía con todo el mundo, que sabe moverse como pez en el agua en una negociación empresarial o en una reunión en el campo con amigos, es aquel que es natural en todo momento, pero sin que cambie su personalidad y su forma de ser.
Es algo complicado, en primer lugar porque hay que aprender a desempeñar cada rol nuevo con el que nos enfrentamos, por ejemplo cambiamos de trabajo y acudimos a nuestro nuevo puesto, y los primeros días estamos cohibidos, reprimimos nuestra forma de ser hasta que no vemos lo que hacen los demás, y si no sabemos algo hay que preguntarlo.
Pero también depende de las personas que tendemos a nuestro alrededor, ya que por nuestras facciones, nuestro tono de voz o como nos movemos podemos caer mejor o peor a las personas de nuestro entorno, y hay métodos para aprender a cambiarlo, pero no lo conseguiremos nunca al cien por ciento, sí no lo hacemos de forma natural.
Esta parte, en la que la gente nos juzga sin darnos una oportunidad para expresarnos, es la más difícil, ya que depende en todo momento de elementos que no son racionales, sino que están en nuestro subconsciente y salta sin avisar.
Una persona con “charme” no significa que tenga 3 carreras, sepa 5 idiomas, y haya hecho un Master en Harvard; sino que puede ser “un simple” simple pastor, que aprendió en la escuela de la vida como comer con Reyes y gitanos, a escuchar cuando no sabía de un tema, y preguntar si no se enteraba de algo, que se pone el “traje de los domingos” si tiene visita, y que trata a todos en sus casa por igual sin importar su clase social.
Y porque explicó esto, porque eventos hay muchos, de muchos tipos y con invitados de todas las clases, pero si queremos comportarnos adecuadamente tenemos que tener “charme” para afrontarlos con dignidad y salir airosos de ellos. Por no tener tres mil títulos en nuestro haber no significa que seamos incultos, y no debemos avergonzarnos nunca de nuestros orígenes, ni de nuestro trabajo, somos lo que somos, y todos cumplimos un rol necesario en esta vida.
A Letizia le quedan vivos dos abuelos, una es periodista y otro taxista, en ningún momento ha hecho diferencias con ellos, han estado en los momentos más importantes de su vida pública, desde la pedida de mano con el hoy Rey Felipe VI hasta la coronación del mismo, en los más felices como su boda y hasta en los más duros como el entierro de su hermana.
Han tenido un lugar preferente, el que les corresponde por ser Familia de la Reina, sin importar su dinero, sus títulos o su lugar de residencia. Es más en algunas ocasiones ha llamado más la atención el abuelo taxista, por su saber estar y su “charme” que la abuela periodista.
Es un punto, muy importante a favor de Letizia y de la Monarquía, porque cada vez la sociedad demanda un régimen más igualitario, y esto crea un precedente importante, ya lo hemos visto en la primera reunión con unas 200 asociaciones y ONG’s de todo tipo, y a las que algunas era la primera vez que acudían.
El protocolo cambia, aunque sea de forma lenta, pero lo hace de manera segura, y una Monarquía no tiene porque ser un régimen que fomente las desigualdades.
Por cierto, no hace falta ser Letizia para hacer lo mismo que ella. He visto gente que se avergüenza de lo qué y de lo qué ha sido, incluso de sus padres, hermanos o maridos/esposas; y eso es perder parte de tú identidad, parte de tú “charme”.
Al final, acabé hablando de Letizia por no nombrar a nadie, que luego todo se sabe.